En 2025, los metales preciosos han experimentado un repunte excepcional debido a una combinación de factores económicos, geopolíticos y financieros que han reforzado su papel como refugio de valor.
En primer lugar, la política monetaria global ha sido determinante. Tras varios trimestres de debilidad en el mercado laboral estadounidense y la desaceleración del crecimiento en Europa y Asia, los principales bancos centrales han iniciado un ciclo de recortes de tipos de interés.
Esta tendencia reduce la rentabilidad de los activos de renta fija y disminuye el coste de oportunidad de mantener metales preciosos, impulsando la demanda de oro y plata.
A ello se suma la persistente incertidumbre geopolítica. El estancamiento del conflicto en Ucrania, las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China y la inestabilidad en Oriente Medio han alimentado la búsqueda de activos considerados seguros.
En este contexto, el oro ha vuelto a consolidarse como el activo refugio por excelencia, mientras que la plata, además de su valor monetario, se beneficia de un fuerte componente industrial.
De hecho, la transición energética y la creciente demanda de tecnologías limpias han sido un catalizador adicional para la plata. Su uso en paneles solares, baterías y componentes electrónicos ha incrementado la presión sobre una oferta limitada, amplificando las subidas de precio.
Por último, la debilidad del dólar estadounidense ha potenciado la inversión en metales preciosos. Con una divisa menos fuerte, el oro y la plata resultan más atractivos para compradores internacionales, acelerando la tendencia alcista.
En conjunto, 2025 está marcado por un cóctel de bajas tasas, tensiones geopolíticas, transición energética y debilidad del dólar, factores que han convertido al oro y la plata en los grandes ganadores del año.